Los célebres viñedos de Châteauneuf-du-Pape se extienden entre Orange y Aviñón, los pueblos de Roquemaure, Courthézon y Bédarrides y las inmediaciones de la localidad que le otorga el título al vino, donde los papas solían veranear antes y después del cisma de Occidente. Ocupan una vasta superficie de 3.200 hectáreas y las cepas se erigen majestuosas en medio de una hermosa campiña. El Châteauneuf es un vino sagrado y vigoroso, cuya calidad evoluciona y cuyo prestigio no para de progresar. Durante sus décadas oscuras vivió, al igual que otros caldos franceses, a la sombra de los grandes borgoñas, a los que ayudó en muchas ocasiones cuando éstos precisaban de grado o color. Entre finales del siglo XIX y el XX la suerte cambió: los viticultores decidieron trabajar exclusivamente en beneficio de su terruño, y el vino santo empezó nuevamente a recuperar la gloria adquirida durante el controvertido papado. Con los preparativos de la vendimia en marcha, Châteauneuf-du-Pape, pasadas las siete de la tarde y después de tres días de fuerte mistral, es un pueblo donde el diablo parece haber ahuyentado a los vecinos de las calles. Las últimas vinotecas abiertas echan el cerrojo y los turistas apuran los sorbos de la copa antes de comprar una caja, dos o tres botellitas de esto y de lo otro, en cualquier caso, de un vino que merece grandes consideraciones por su gran consistencia. Esta vez los Châteauneuf volverán a ser mejores que el año anterior: de un tiempo a esta parte siempre lo son, aunque necesariamente ello no tenga que ver con la realidad. Como ocurre en otros lugares con denominación de origen de fama, en Châteauneuf ya no hay malas o buenas cosechas, todo se puede beber. En Francia saben que el gran vino de los papas ha sido y todavía es el de las festividades familiares, probablemente debido a ese ánimo reverencial que suscita su condición espiritual y cristiana. «El papa tinto que se comía con la pierna de cordero dominical», escribió Bernard Pivot. Cuando es joven se venera por su aroma y su característico sabor especiado, con agudas notas de pimienta. De adulto mantiene toques de cuero y tabaco. Son, como suele suceder en otros casos, dos vinos diferentes pero muy apreciables. El Châteauneuf tinto representa uno de los grandes homenajes a la opulenta y vigorosa garnacha, una de las uvas que después de haber sido menospreciada vive un largo y merecido renacer. El toque picante se lo debe a la syrah, y la generosidad frutal, a la monastrell (mourvèdre), que eleva a los altares. Pero dentro de las trece cepas que mantiene la denominación, ocho para los tintos y cinco para los blancos, están también la cinsault, que aporta su dulzura; la counoise, la vaccarèse, el terret noir y el muscardin, estas cuatro últimas, en un plano mucho más secundario. El picapoll y el picardan forman la base de los blancos a los que en el varietal se añaden además la macabeo, la clairette o la bourboulenne. Todas ellas contribuyen con interesantes matices florales a unos vinos elegantes. Los aficionados al Châteauneuf conocen que su consistencia y vigor lo hacen un tinto adecuado para la caza, los guisos, todo tipo de carnes y también para los quesos curados, preferiblemente, los de oveja o de vaca. Los de cabra, y me estoy acordando del delicioso Banon, al tratarse de un vino provenzal del Ródano, es mucho mejor acompañarlos de blanco. Del mismo vino papal o de uno de Condrieu, cuna de la estupenda uva viognier, un poco más abajo de Valence. Del lugar donde dicen que Francia pierde el Norte y, sin embargo, de la manera más razonable del mundo se olvida de la mantequilla en la cocina y la reemplaza por el bendito aceite de oliva. En esta ocasión los entendidos digamos que se han puesto de acuerdo para otorgarle la honra papal al Domaine de la Graveirette de 2008, el vino tinto de una pequeña bodega de Bédarrides. Lleva un 50 por ciento de garnacha, un 40 por ciento demonastrell y un 10 por ciento de syrah. No he tenido todavía la suerte de beberlo, pero todos insisten en que es un prodigio de estructura y equilibrio. Generoso en la fruta y con toques de cacao, según lo que he leído, la relación calidad/precio de la botella resulta asombrosa para un gran Châteauneuf, teniendo en cuenta que se puede encontrar por 17 euros la botella. Seguramente tiene aún por delante tres o cuatro años fabulosos. La Graveirette, por si alguien está interesado en profundizar, es un dominio de veinte hectáreas que dedica la mitad a las viñas del gran caldo papal y el resto a Côtes du Rhone y a vino del país. Julien Mus, su joven propietario, pretende seguir la tradición familiar, primero embotellando en cooperativa y desde hace cinco años por cuenta propia. Es la sensación. Dicen que el suyo es un Châteauneuf con futuro en una zona vinícola de pequeños espacios en la que el gran número de etiquetas y pequeñas bodegas acaban muchas veces confundiendo a uno y donde la limitada producción, comprometida de antemano, impide a veces beber los vinos que uno desearía en el momento en que le apetece. Las siguientes buenas calificaciones en tintos de 2008 corresponden a dos referencias de mayor nombre y gran reputación: Domaine de la Janasse, de Courthézon, y Domaine Paul Autard, también entre Courthezon y Bédarrides, pero con precios mucho más altos. El primero, unos 50 euros la botella, y el segundo, 40 euros. El Château de Beucastel, referencia legendaria junto al Rayas, ocupa, como suele ser habitual, una posición de privilegio en el ranking de los mejores Châteauneuf de 2008. El gran vino de los herederos Perrin ha tenido siempre a gala un delicado ensamblaje del varietal de la zona. Utiliza 30 por ciento de monastrell, la misma proporción de garnacha, un 10 por ciento de syrah, y completa el 15 por ciento restante, a partes iguales, con las pequeñas cepas de muscardin, vaccarèse y cinsault. La botella, a tono con la solemnidad y el prestigio de la casa, la venden por ahí a 52 euros. Les Cailloux, Château de Vaudieu y Domaine de la Charbonnière son también conocidas bodegas que incluyen sus vinos en las listas de los mejores de 2008. Entre ellos, el majestuoso viñedo de Château des Fines Roches, en la ruta de Aviñón y Sorgues, ha colado su vino al espectacular precio de 15 euros. Si por casualidad lo ven, pasan por allí o alguien se lo ofrece, no duden en comprar una caja para beber o guardar unos años. En relación calidad / precio de un vino encontrarán pocas cosas que lo supere. Ésta es, en resumidas, cuentas, la pequeña actualidad del gran caldo provenzal que aplacó la proverbial sed de aquellos papas que en el siglo XIV huían de los calores de Aviñón. Todos ellos, los siete, desde Clemente V a Gregorio XI, impulsaron el desarrollo de la viña y favorecieron el vino. El rigor y la constancia en la producción hicieron después que el Châteauneuf-du-Pape se convirtiera en el ejemplo que inspiró las AOC en Francia y la noción del «terroir» («terruño»). De hecho, fue el vino de aquel papado que acabó en bronca, el primero que obtuvo esa delimitación parcelaria o denominación de origen en el país vecino. Como es obvio, siglos después del cisma.